YA EL LECTOR URDIRÁ

Anónimo

YA EL LECTOR URDIRÁ

Vaya a saber si era cierta la anécdota que alguna vez escuché. Albert Einstein, con esmero, explicaba la teoría de la relatividad a un joven estudiante, hijo del encargado del edificio donde él vivía: “Hay situaciones que suceden en diversos sistemas de referencia. Si uno analiza los acontecimientos cotidianos pueden plantearse distintas leyes físicas, y cuando se reduce a nivel atómico o cuando se amplía a nivel astronómico necesita ajustes o aclaraciones”. Y siguió:
--Mirá, si estas en un ómnibus y se te cae encima una valija de treinta kilogramos, ¿te molestaría?
--Y...sí, desde luego.
            --Ahora, si estás en ese mismo colectivo, y por una maniobra del conductor se te cae una señorita, ¿te molestaría?
Alegó el muchacho que más bien lo agradecería.
            Einstein le preguntó:” ¿Ves que todo es relativo y depende del sistema de referencia que adoptes?”. “Ahora sí me parece que entiendo la teoría de la relatividad, supongo”.
--“Lo que entendiste no siendo la teoría de la relatividad, se le aproxima”. Si tuviera yo posibilidades de conversar con ese muchacho, ¿qué agregaría? Me remontaría al siglo XVIII y lo ilustraría respecto a Isaac Newton, quien a su vez remontándose a los conceptos físicos de Aristóteles, los desarrolló al punto de transformarlos. Pero… la mayoría de los jóvenes de este siglo, no están interesados en imbuirse de la evolución del pensamiento de siglos pasados.

            Newton hizo evolucionar los conceptos físicos de Aristóteles, y Einstein, cuando empezó a imaginar cuerpos que se desplazaban al uno por ciento de la velocidad de la luz, modificó los de Newton.
Añadiría que hay creencias o discursos que son ampliamente aceptados y que sólo algunos científicos procuran desentrañar. “La tierra se mueve” de Galileo Galilei, por ejemplo.
Pero qué sucede con conceptos sociales, que varían con la instalación de las ideas en los medios de divulgación. “Qué  más ficticio que la realeza, qué más irreal que la realeza”.
Como en el cuento de Hans Christian Andersen, siempre aparece un niño que dice  “El rey está desnudo” ante la perplejidad de la muchedumbre.
Uno va atravesando un conjunto de post-verdades. Y es en simultaneo atravesado por esforzadas aproximaciones a la verdad únicamente a partir de pericias genéticas. Lo cual se complejiza cuando se impulsa el armado artificioso de la verdad que tiene que perdurar por intereses políticos.
Estas post-verdades son más dinámicas, y emergen principalmente, según presumo, en concordancia con los tiempos eleccionarios.
Ya el lector urdirá,
con mi complacencia,
su lista  exclusiva
de post-verdades inefables,
sutiles, alígeras…





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