CONCLUIR UNA NOCHE FANTASEANDO

Anónimo

CONCLUIR UNA NOCHE FANTASEANDO

2010. Último viernes de febrero. Intensa había sido mi semana laboral. Tras salir de mi trabajo en el barrio de la Boca, subí a un colectivo hasta Plaza Constitución. Me dejé engullir por la sofocante línea C del subterráneo para hacer combinación con la no menos asfixiante línea B, para dirigirme a su estación terminal. Caminé hasta el precario muelle de la empresa Sturla en el puerto de Buenos Aires, ubicado entre los embarcaderos de las compañías Buque bus y Ferry líneas.
Sergio, el marinero, me ayudó a embarcar a las dieciocho y veinte en una de las dos lanchas que zarparían unos quince minutos después. Ya había gente sentada en diez de los cuarenta y cuatro asientos. Elegí una ventanilla de la izquierda para contemplar imágenes vespertinas de la ciudad. A las dieciocho y treinta fueron llegando los últimos pasajeros. Cinco minutos después las lanchas soltaron amarras, una al Puerto de Tigre con transbordo a Nordelta, y la otra al de Olivos. El capitán nos dio la bienvenida, recomendaciones de seguridad y nos invitó a que disfrutáramos del viaje. El marinero empezó a cobrar y a anotar los respectivos destinos en una planilla.
Yo era de los pasajeros que transbordaba hacia Nordelta. Había personas leyendo libros y periódicos en distintos soportes. En la proa, un pequeño grupo festejaba un cumpleaños. Dos fumadores salieron a la cubierta de popa, antes que el tripulante distribuyera un alfajor de maicena y un vaso de café. Un veinteañero comentaba la arquitectura de Buenos Aires con una anciana. Algunos pasajeros tomaban bebidas en lata mientras observaban navegantes a vela. La lancha llegó a las diecinueve y veinte al muelle de San Isidro, donde descendieron cuatro pasajeros. Otros cuatro bajaron en el muelle de San Fernando. Ya continuaba la travesía con paisaje de tierra por ambos lados, y abundante vegetación; distinguíanse construcciones majestuosas. La lancha amarró a un muelle sobre el Río Luján. Un grupo trasbordó a otra para doce navegantes. La mayoría prosiguió hasta la estación fluvial. Con rumbo a Nordelta, desembarqué en el muelle Los Vecinos. Realice compras en un almacén y llegué a mi casa a las veintiuna. Antes de cenar, fui a nadar contracorriente cien metros y floté de regreso como cuando era niño. En el muelle me sequé regresé a mi casa y comí. Y no solo comí, comencé también a fantasear. ¿Por qué no urdir un servicio directo al puerto de Buenos Aires para los sufridos residentes isleños privados de precisamente un servicio directo a las cinco de la mañana?




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