Anónimo
Estoy a cuatrocientos metros del centro geográfico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en una esquina del barrio de Caballito. Sí, señores: ¡Vibro con la emoción transferida por la briosa hinchada del club Ferrocarril Oeste! Estoy a trescientos metros de su gloriosa cancha.
En una de las seis esquinas un restorán completamente verdolaga. Perlotti, el escultor, desde su busto me observa de soslayo. En las paredes del interior del local lucen acuarelas de uno de sus propietarios y de varios retratistas, un palo de hockey, otro de beisbol, fotografías de distinguidos deportistas y ocasionales famosos concurrentes; banderines, además, por su cielo raso y sobrios trofeos deportivos. Antes que restorán ese local centenario se había fundado como almacén y panadería. Y convirtiéndose los viernes, sábados y domingos en un crisol de cenas-show, emisiones radiales, clases de tango y milonga, reuniones literarias, encuentros sociales o de comidas gourmet.
Soy el veterano buzón que está en la esquina de Neuquén y Espinosa, pero aunque ustedes no lo crean-¿y porque no lo creerían?- todavía brillo con mi presencia longeva.
